De niños no nos importa si lo hacemos bien o mal. Lo importante es el proceso. De tanto halagar al niño diciéndole: “Oooh que dibujo más lindo”, el niño siente que eso –el halago- es algo agradable y empieza a buscar la aprobación de los adultos.
Por Rubén Reveco, licenciado en Artes Plásticas
"¿Es tu mamá?", es la pregunta casi obligada y el niño también asiente con la cabeza: “Es mamá”. "¡Qué hermosa que te salió!" Y le empezamos a conferir un valor estético a lo que ese niño ha hecho.
Es la primera asociación entre arte y belleza. Por lo demás sería bastante cruel decirle a un niño de 5 años “Que dibujo más horrible has hecho”, como para desanimarlo; no vaya a ser cosa que nos salga artista.
Dibujamos desde niño y desde -más o menos- 30 mil años.
Haremos un esfuerzo y viajaremos en el tiempo. Siempre me a gustado los cómics referidos a la Prehistoria. De niño leía una historia llamada “Tunga” que contaba las aventuras de hordas en la Europa central y eran maravillosas historias y dibujos fascinantes y muy bien lograda la ambientación y este era todo un mérito y profesionalismo del dibujante.
Pero estos artistas de cómics sólo dibujaban escenas de combates, de erupciones de volcanes, de cavernas que a veces mostraban un muro donde había un dibujo o una pintura…
Si bien, mucho antes de que los seres humanos empezaran a pintar o esculpir había utilizado el fuego, pero el fuego era algo que ya existía. Habían utilizado las vestimentas para protegerse del frío, las mismas que cubrían los cuerpos de los animales. Habían aprendido a navegar, seguramente agarrado de un tronco que flotaba a la deriva. Pero nunca habían hecho lo que nosotros llamamos arte, porque dibujar o pintar era algo sin precedentes.
¿Con qué dibujaban?
Cuando hoy vamos a la librería y compramos carbonilla (unas inocentes ramitas de sauce) estamos por repetir un proceso originado hace miles de años. Porque al trazar una raya sobre una superficie estamos repitiendo lo que hicieron nuestros antepasados prehistóricos, cuando de un resto de una fogata tomaron una rama con su punta carbonizada y la usaron para hacer un trazo sobre la pared de su caverna: Habían inventado las artes plásticas.
Es decir, trabajaron con materia inerte pero con características de plasticidad. El barro, la piedra, las tierras de colores se podían modelar, alterar y transformar no sólo en objetos utilitarios (herramientas y vasijas, por ejemplo) sino en objetos artísticos. Como un bisonte en la pared. Eso sí, no era un bisonte de verdad, era una representación. Estaba ahí, en la pared, no se movía, no era peligroso, pero existía.
¿Qué había sucedido?
1) Conocíamos a los bisontes. 2) Sin verlos podíamos recordarlos. 3) Gracias a la memoria podíamos “ver” cómo eran. 4) “Verlos en nuestra memoria” nos permitía representarlos con fidelidad. Algo había sucedido.
Todos podían hacer fuego, todos podían cazar o matar un animal y recolectar para alimentarse pero no todos podían dibujar. Y esta característica hacía del nuevo oficio algo exclusivo y convertía al artista en un pequeño Dios. Algo nuevo había pasado y no era una simple habilidad en acción. Un sector del cerebro se había activado y otorgaba a unos pocos la capacidad de representar.
Así que, por favor, mucho cuidado cuando decidas dibujar y tengas entre tus dedos esa humilde ramita de sauce. Sean digna de ella y tómense en serio lo que estás por hacer. Estás repitiendo algo que no ha muerto ni morirá por los siglos de los siglos.
En desmedro de su autonomía, históricamente el dibujo ha sido considerado subsidiario de la pintura, lo que se pone de manifiesto a través de las innumerables historias de la pintura y las escasas historias del dibujo que se han publicado.
¿Volver a pintar?
Porque están destinados a rescatar el milenario espíritu de las cavernas. Ese que nació del miedo de una noche acosado por las fieras, de la grandeza, de la superstición y de la verdadera genialidad. Imita -a ver si eres capaz- a esos bisontes y caballos pintados en Lascaux o Altamira. Imita a esos o esas artistas que inventaron el arte. Porque era una forma de decir cosas, expresar ideas, exorcizar posesos, asustar fantasmas, perseguir sueño, hacer magia...
Para nosotros -simples herederos y copistas del siglo XXI- la única forma de trascender es rindiendo un homenaje a esos primeros artistas que inventaron el pan que alimenta el espíritu y ese instante tan inefable que se llama felicidad.
Si estudias arte y quieres ser pintor no te sientas mal si tus compañeros te dicen que eso ya no se hace. Copia sin pudor alguno (es la mejor forma de aprender), imita, saca fotos, calca... Te puedes sentir orgullo por haber elegido el camino más largo, porque artistas hay pocos y elegidos, menos aún.
La más maravillosa experiencia del ser humano desde la prehistoria hasta el presente. El arte no progresa, evoluciona y en ese mágico proceso maravilla por su diversidad. Es tan inherente al hombre que muy pocos se han preguntado qué sería de nuestras vidas sin el arte y sin las manifestaciones culturales, en general. Sin la música, sin la escultura, sin las canciones, sin la pintura, sin la literatura, sin la danza, sin el teatro…
Un buen tema para especular.
Un buen tema para especular.
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